Ser influencer es una nueva profesión en el panorama laboral de muchos jóvenes (y algunos no tan jóvenes). Al fin y al cabo, quien se dedica a ella no deja de ser un emprendedor que busca hacer dinero con ello a medio y largo plazo. En Europa ya se estima una cifra de negocio de 650 millones de dólares y subiendo. Los expertos calculan que, en todo el mundo, el peso global de este mercado llegará en los próximos años a los 20.000 millones de dólares, contando los diferentes canales (blogs, redes sociales, etc.) y las miles de personas que piensan en ello como una afición o una profesión.
Sin ir más lejos, Facebook ya cuenta con más de 2.000 millones de usuarios según un estudio reciente, ¡el 30% de la población mundial!. Su plataforma hermana, Instagram, le sigue de cerca con unos 1.000 millones de usuarios en 2019. Y tengamos en cuenta también a otras como Twitter, o Reddit, u otras más específicas como LinkedIn o específicas de algunas profesiones o edades. Todo un mundo paralelo que todavía tiene mucho recorrido por delante.
Es la nueva publicidad. Una que llega a sus públicos de forma, en teoría, no invasiva, en cualquier momento y lugar, cuando están más receptivos y donde más lo necesitan. Las marcas de todo tipo se han rendido a ella, y son muchas, grandes y pequeñas, y de todos los sectores, las que incluyen a los influencers en sus planes de marketing en mayor o menor medida.
El problema es que, al haber surgido de forma orgánica y, hay que decirlo, bastante desordenada, muchas veces los modelos de negocio no están del todo claros. Tampoco cuánto sería una tarifa «razonable» o cómo se deben medir los resultados. En las empresas que quieren contratar sus servicios sucede algo parecido: tienen claro que ésta es la mejor manera de llegar a sus públicos, a través de personas que el usuario elige seguir por afinidad, admiración o identificación, pero la mayoría de las veces están perdidas en un océano de opciones: ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuánto?
Este mercado necesita aún ajustarse y asentarse. Hay que depurar y limpiar, hay que profesionalizar y regular, hay que catalogar y tarifar. Ya se empiezan a ver algunos pasos en este sentido, con plataformas que abogan por la profesionalización y la transparencia, y que utilizan la analítica de datos y la inteligencia artificial para adaptarse a proveedores y clientes de la manera más justa y eficiente para todos.
Como decimos, es necesaria una regulación, ya sea por parte de los organismos públicos o de terceras partes profesionales, que ayude a limpiar el sector de falsos influencers o grandes egos que elevan los cachés de maneras imposibles. Es necesario poder prever y medir los resultados «reales» de cada una de las acciones, y es necesario que se pague y se reciba un precio justo. Porque el marketing de influencia está aquí para quedarse, y es responsabilidad de todos los implicados asegurar su funcionamiento.
Las claves del éxito
Una empresa, pequeña o grande, que quiera utilizar este tipo de servicios debe empezar por la elección de los influencers que deberán hacer de embajadores de su producto. Para ello, lo primero es tener claro el público al que queremos llegar, y asegurarnos de que ese influencer tiene contacto con él. No por tener muchos seguidores será mejor para nuestra empresa. Ese embajador o prescriptor debe generar la confianza del público al que queremos llegar e identificarse, no solo con los valores de nuestra empresa, sino también con los de nuestros productos y nuestros públicos.
Luego debemos valorar el alcance de nuestra acción de marketing. No sería lo mismo ni nos serviría para el mismo objetivo, un micro influencer (son los que tienen entre 5.000 y 50.000 seguidores), que un influencer (de 50.000 a 200.000) o un macro influencer (más de 200.000 seguidores). Puede que estos últimos sean los más conocidos, pero no por ello serán los que mejor servicio puedan hacer a nuestra marca.
Como comentábamos antes, la clave está en llegar al público que realmente queremos, a nuestro potencial comprador (abierto y dispuesto a recibir información y a dejarse ‘influir’). Así, en muchas ocasiones un micro influencer (por otro lado, mucho más económico) puede resultar mucho más rentable y evitarnos «matar moscas a cañonazos». Al reducir los costes de esta manera podremos, además, contratar simultáneamente a varios para una misma campaña, facilitando así el retorno de la inversión (ROI).
Los micro influencers se están convirtiendo en las nuevas estrellas del panorama digital, cada uno en su reducido ámbito. Provocan una mayor interacción, más cercana y orgánica con sus públicos (nuestros públicos ahora) porque el usuario no les percibe como alguien ajeno a su día a día (como sucede con los famosos), sino como un igual, como alguien que hace algo o recomienda algo porque realmente le gusta, aunque en el fondo sepa que cobra por ello.
Nuestra misión, en Binfluencer es, precisamente, identificar y clasificar a todos esos prescriptores que utilizan las redes sociales para transmitir un mensaje comercial a sus seguidores de manera más o menos orgánica. Abogamos por profesionalizar este mercado aún deslavazado y proporcionar a las marcas una recomendación fiable y segura gracias a nuestros algoritmos, que ponga en valor la cercanía, la frescura y la autenticidad de los pequeños influencers que no han decidido serlo, pero, de hecho, lo son.
Pensamos que es nuestro deber aportar transparencia en los datos y conseguir la profesionalización de este nuevo sector, de manera que un anunciante sepa perfectamente, antes de la campaña, cuánto va a invertir y qué resultados va a obtener con esa inversión, igual que sucede con las campañas de marketing tradicionales. La visibilidad aporta confianza, y las marcas lo agradecen.
Una marca bien recomendada es una marca contenta
Javier Yuste
CEO y cofundador de Binfluencer