En el escenario empresarial de los nuevos años veinte –los del siglo XXI– las compañías existen para algo más que para ganar dinero. Hoy la sociedad les exige un compromiso con la comunidad y el medio ambiente, una forma de devolver en forma de impacto positivo el beneficio económico resultante de su actividad.
De hecho, desde 2021, aquellas empresas que tienen más de 250 empleados y que durante dos ejercicios consecutivos cumplan uno de estos dos requisitos: que su activo total sea superior a 20 millones de euros, o que su cifra neta de negocio anual supere los 40 millones de euros, están obligadas por ley a presentar una memoria de Estado de Información No Financiera (EINF).
Este documento debe recoger un balance anual detallado de los efectos directos que su actividad tiene en lo que respecta al medio ambiente (emisiones de CO2, uso de energías renovables, etc.), a los derechos sociales (medidas para garantizar la igualdad de género, la protección de sus empleados, etc.) y a los derechos humanos en general, entre otros aspectos.
Pero incluso las que no están obligadas por ley, empresas más pequeñas o con un menor volumen de negocio, se sienten cada vez más condicionadas por sus grupos de interés (empleados, inversores, proveedores, clientes) a adoptar estrategias de sostenibilidad que muestren una actitud responsable y vocación de aportar valor a la sociedad y al planeta.
El problema es que, en la mayoría de los casos, muchas pequeñas y medianas empresas no saben por dónde empezar. Existen consultoras especializadas que pueden realizar una auditoría de sostenibilidad para, a partir del análisis del impacto de la actividad de la compañía, proponer una estrategia destinada a reducirlo y/o compensarlo. Pero normalmente su coste no suele estar al alcance de sus presupuestos.
Punto de partida
A modo de sencilla guía, existen tres líneas de actuación con las que poder empezar en el caso de una empresa que ha decidido activar su compromiso con el desarrollo sostenible.
La primera de ellas es la gestión de los datos del negocio, para identificar la información relevante de carácter ambiental, social y de gobernanza (ASG) dentro de su organización. En este proceso es conveniente contar con la aportación de los grupos de interés, y sobre todo, es conveniente disponer de una estructura de seguimiento de toda esta información. En el mercado existen plataformas tecnológicas capaces de compilar y consolidar los datos procedentes de todas las fuentes y departamentos, y automatizarlos para facilitar su seguimiento a través de la elaboración de informes de reporting.
La segunda es la medición de la huella de carbono de la empresa. Los factores ambientales son los elementos más visibles de la sostenibilidad corporativa, y medir las emisiones de CO2 asociadas a nuestra actividad es un punto de partida fundamental para adoptar medidas necesarias para su reducción y compensación. Toda empresa, con independencia de su tamaño, debería llevar a cabo una vigilancia y control de sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), ya que su reducción, para tratar de frenar el avance del cambio climático y todos sus efectos adversos, es la columna vertebral de las estrategias de desarrollo sostenible a nivel mundial.
La tercera línea de actuación básica es la ecoeficiencia, que no solo es beneficiosa para el planeta, sino que también la propia compañía sale ganando ante un mejor aprovechamiento y optimización de los recursos materiales y energéticos. Al mejorar sus procedimientos internos se reducen también sus costes de operación, lo que para las pymes significa ser más rentable y competitiva.
Los ODS, la mejor guía
A estas alturas, cualquier persona o entidad comprometida habrá escuchado hablar de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que son la hoja de ruta marcada por Naciones Unidas para mejorar la calidad de vida en nuestro planeta de aquí a 2030. Estamos ya en el tiempo de descuento, por eso, cualquier aportación, del tamaño que sea, es siempre bienvenida.
El análisis de esos ODS puede servirnos de guía para identificar cuáles serían los aspectos en los que debería incidir nuestra empresa para tratar de mitigar su impacto negativo. No se trata de querer trabajar en todos los objetivos, basta con elegir uno, dos o tres, con los que la empresa se pueda comprometer en mayor medida, y que resulten coherentes con su propia actividad.
Identificados estos temas, debemos recoger toda la información posible al respecto y estudiar la manera de mejorar nuestros propios indicadores. Llevar a cabo un seguimiento de los mismos nos permitirá visualizar nuestros retos y nuestros logros. En este punto, nuevamente resulta de gran ayuda disponer de una herramienta que nos ayude a definir los estándares e indicadores o KPI, a monitorizarlos y brindarnos resultados.
Mientras visualizar los retos es esencial para mantener la perspectiva y el fundamento de nuestra estrategia de sostenibilidad, tener también una visión de lo que vamos consiguiendo nos ayuda a mantener la motivación del equipo y ver una razón de ser al esfuerzo realizado.
En este sentido, la comunicación desempeña un papel relevante: hacia dentro, manteniendo la unidad de todos los empleados hacia un objetivo común, y por qué no, hacia fuera, compartiendo nuestros resultados y nuestro compromiso con la sociedad en su conjunto.
Es cierto que, cuanto más pequeña sea la empresa, más dificultades puede encontrar para dedicar recursos a estas cuestiones y a darles prioridad dentro de las necesidades del propio negocio. Pero hoy día, para buscar inversores, para conseguir un préstamo del banco o para posicionarnos en el mercado frente a la competencia, cada vez más se exigen datos de sostenibilidad. Por tanto, no es una apuesta al aire, ni siquiera una decisión “solidaria” o “ecologista”. Ser sostenible es un imperativo para garantizar el futuro de las pymes, su mejor estrategia de negocio.
João Souza
Director de Atención al Cliente de APlanet