Desde hace algunos meses comienzan a levantarse algunas voces de alarma sobre la pérdida de capacidad competitiva de nuestras empresas, algo que no sorprende dada la precariedad a la que nos está llevando la crisis. Y es que, el escenario al que esta situación nos está dirigiendo no tiene precedentes en nuestro país ni, probablemente, en todo el sur de Europa, algo para lo que no estábamos preparados y de lo que los grandes centros de formación de MBA tendrán que tomar buena nota para un futuro en el que, probablemente, se les exigirá una asignatura que pueda prever este tipo de situaciones.
Lo cierto es que nos encontramos en un bucle en el que las empresas exigen cada vez más compromiso, responsabilidad, buen nivel de formación, profesionalidad y un sinfín de requisitos para contratar personal cualificado. Totalmente razonable si se pretende competir en un mercado cada vez más global, independientemente del tamaño de la empresa, aunque a esta oferta las empresas ofrecen un salario por debajo del mínimo establecido por ley.
Por otro lado, los empleados, con esas condiciones, no quieren ni oír hablar de compromiso, de responsabilidad, de profesionalidad ni, por supuesto, de aplicar todos los conocimientos adquiridos en todos los años de esfuerzo para ser competitivos en un mercado laboral cada vez más selectivo. “No me he dejado las cejas estudiando para ganar menos que la señora de la limpieza” afirman, sin que les falte razón.
Esta situación nos ha llevado a meternos en una situación en la que las empresas solo quieren dejar de ver números rojos en la cuenta de resultados y los trabajadores ver que no se les explote para un beneficio empresarial del que nunca han participado.
Situación límite que comienza a ser agónica para todos: empresas y trabajadores, en la que cabe la posibilidad de la mediación por parte de las administraciones, que solo piensan en salvarse de la quema de cara a las próximas elecciones y que después del trágico balance que están dejando en la historia de este país, podrían demostrar algo de responsabilidad.
Dado que empresarios y trabajadores están solos y rodeados de especuladores —administraciones, sindicatos, abogados y demás “carroñeros”—, la única solución que parece viable para mantener empresas y puestos de trabajo, sin perder la competitividad, pasa por sentarse a negociar nuevas formas de compromiso laboral, al margen de lo que nos marcan unas leyes obsoletas, que no tienen cabida en la actual situación.